Miró mi escultura y me preguntó: "Es bonita, pero ¿por qué pareces tan triste, con los ojos siempre cerrados?
Sé que no puedo responder... la respuesta no está en mí, sino en la niña de 4 años que solía ser.
La señora sigue mirándome y yo, con los párpados bajados, puedo ver cómo una pequeña masa de silencio va llenando poco a poco el espacio que nos separa.
Dentro de mí, hay una niña que es la guardiana inflexible de nuestros secretos.
Cuando ella y yo estamos solas... pasamos largos momentos viendo cómo el silencio se posa sobre ellas como la nieve ligera y las cubre poco a poco, cuando todo es blanco puro... el silencio que nos rodea tiembla, se estremece, vuela y se desintegra.
Es el mismo silencio que reina en el estudio cuando trabajo solo.
Hundo las manos en la arcilla y, por supuesto, lo sé, no se ve nada más que una bolita de arcilla calentándose en mi mano...
Pero poco a poco, a fuerza de escarbar, retocar, acariciar, examinar desde todos los ángulos... acaba surgiendo un pequeño rostro.
Y el verdadero milagro es que durante este nacimiento, durante estas horas de trabajo, la realidad desaparece por completo...
Y nuestro viejo mundo se vuelve transparente, sutil, suave y tan ligero como un recuerdo...
Sólo por un momento... Esculpir es caminar en ese mundo,
Caminar hacia el azul de las colinas
A la arena,
A las lluvias.
Allí, en mi mano, el pequeño rostro de la tierra abre sus párpados sólo para mí y para el niño que guarda los secretos.
Luego sus ojos se cierran de nuevo.
El niño sonríe... todo está dicho, sin una sola palabra...".
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