¿Quién no se ha rendido nunca a la poesía de un copo de nieve que cae? La nieve nos llama. La mayoría de las veces, en un silencio silencioso, a veces con una furia desenfrenada. El paisaje inmaculado, las pisadas acolchadas, el crujido de la escarcha, el aullido de la ventisca, es todo lo que la fotografía se esfuerza por captar.
Y donde la mayoría prefiere experimentar la nieve en el calor, a través de la ventana, Christophe Jacrot se adentra en el Grand Blanc, armado con un forro polar y una cámara. ¿Se mantendrá el negativo? Qué importa si los dedos se entumecen, qué importa si los pies se vuelven pesados, si la lucidez vacila en las cabezas enrojecidas, sólo cuenta la plenitud de los grandes espacios, cubiertos con su manto blanco por el invierno y turbados por raras apariciones: un hombre lento, techos dormidos, un tren imperturbable. Y a veces nada, absolutamente nada. Solo el tiempo se detiene.
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